septiembre 09, 2004

Inexperto Corazón

Llevaba medias negras,
bufanda a cuadros,
minifalda azul.

Joaquín Sabina


Las tardes se sucedían monótonas o triviales, mejor monótonas por no complicar el relato o más bien historia, porque mientras más intentas idealizar, o cometes errores o terminas sin decir nada, el chiste es que era una noche de verano o invierno o cualquier día del año menos los miércoles, porque los miércoles tienen ese tono azul o verde de mitad de semana que me ponen triste o melancólico, según el caso.

La rubia o morena, no puedo decirlo o asegurarlo mas bien, estaba contenida en un pequeñísimo, diminuto, casi insignificante vestido que se embarraba o mas bien se adhería a su cuerpo como ventosa a una ventana o niño al padre cuando tiene miedo, miedo como el mío cuando en dos o tres pasos se encontraba junto a la ventana de mi último modelo o como ahora suelen llamarlos cero kilómetros.

¿Quieres fuego o sólo diversión?, en un sólo golpe de voz o, al menos yo así lo sentí, me tembló lo temblable, me sudó lo sudable o era momento de acelerar a fondo o quedarme y tragarme palabra a palabra ese aliento a ron barato y alquitrán que en una noche fría extrañas, o yo tenía un verdadero problema con el olfato o el tono romántico de la rubia morena me tenia idiotizado, porque ni era tan noche, ni estaba haciendo frío.

Entre mi enajenación o estupidez de niño que pide por primera vez las cosas por favor o entiende la frase que preguntando se llega a Roma, me tendí sobre el asiento esperando o mas bien deseando una respuesta acorde a mis posibilidades, las cuales no entendían la razón de desear llegar a Marte o Júpiter sin pasar primero por la luna, una luna de queso que se escucha tan incierto como el 600 y el cuarto que traspasó mis tímpanos abriendo un hueco en mi materia gris o azul o verde o del color que tenga yo la materia.

En la boca no porque me enamoro, o en la frente o en el cachete, pero en la boca no, una boca que permítanme decirles era como una dulce guayaba o cereza, si, mas bien cereza ya que sus dimensiones no eran muy grandes, pero suficientes o satisfactorias para este caso, el caso es que ya estaba en mi coche, o tenia prisa o demostré demasiado nerviosismo, porque ahí mismo quiso culminar el contrato verbal o acuerdo al que habíamos llegado, si tan sólo supiera que con verla o disfrutarla por unos minutos más, hubiera sido suficiente para darle la cartera o el reloj o los dos, pero la dama se bajó, del coche ni la puerta cerró, o la pena me ganó o no soporté nunca más esos ojos o tal vez lo que no podía creer era la proximidad de sus cabellos con olor indescriptible sobre mis hombros que pedían a gritos desnudarse o despojarse del peso que cargaban encima, pero acelere a fondo o hasta donde el píe me dio y salí volando.

Todos los martes o miércoles que han perdido su tonalidad azul por olvido o compasión, me doy la vuelta por la misma esquina o jugueteo entre las calles a su alrededor y espero que sean las 11 para degustar del mencionado manjar a la luz de las velas mientras escucho el piano de un pobre viejo o no tan viejo pero pobre, que toca en el bar de la esquina como a las 11 o 12 que ella sale de su tercera o cuarta función, mientras, me hago acompañar de un trago de tequila o ron o cualquier inhibidor de la conciencia para dejarme soñar con tenerla o por lo menos olerla una vez más.

Ahora todo ha cambiado, o le tengo miedo o se me olvidó como soñar, pero ya no traigo carro, ni escucho el piano, ni salgo entre semana porque no me caen las desveladas o simplemente no me quiero ilusionar, ahora salgo a media tarde a pasear a mi perro por aquella vieja calle o callejón, porque ahora en eso se convirtió, según mi mujer estoy loco o tarado o de plano no entiendo del amor, pero por más que intento recordarla como en aquella noche, con un vestido revelador o un olor que aun no puedo olvidar o el fuego o la diversión, me tira de a loco o se da la vuelta hacía el otro lado del colchón.

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