marzo 30, 2010

De la vuelta atras!!!

Cuando terminé de dar la vuelta, entendí que no eras mía, te habías marchado, escurrido, evaporado, muerto.

Y al susurro de tus labios se le escucho su habitual silencio.

Dichoso yo que fui tuyo, mientras tu nunca fuiste mía.

Y mis gritos supieron a donde correr.

Lejos de ti.

marzo 18, 2010

Tres semanas

Tres y media semanas es lo que separaban a Lucrecia de alcanzar el irremediable diagnóstico de loca de atar...

Usted lo que tiene son muchos muertos encima, sería bueno descargar uno o dos de vez en cuando, las espaldas tienden a agradecerlo y la imaginación vuela libre por encima de los libros de Borges, si no tiene más remedio déjelos caer, de un sopetón, porque si los baja quedo, por lo general, se vuelven a trepar, sobre todo cuando son como los suyos, llenos de usted.

Lo que tú tienes es miopía, me lo dijo el lentista, que la semana pasada me recetó estos prismaticos, con estos ya puedo ver más futuro del que veía antes, eso era lo que me hacía falta, ver más pa´lante. Pero tu meopia no es como la de la señora Estela, que necesita sus espejuelos para acabar el crucigrama del diario de Don Alonso, que no termina porque se le acabó el alfabeto un día que se quedó jugando a las damas con Robertico, el cubano cieguito, ese sí que no necesita al lentista, como tú, porque eres miope.

Por este conducto me permito informarle las conclusiones a las cuales la honorable junta, a la que su merced tuvo a bien referirse con tan particular caso, ha llegado después de un minucioso escrutinio de los hechos relatados y los estudios presentados:

Lucrecia Ariadna Veles Degollado, caso simpatico de esperanza patológica y exceso de corazonadas que terminan por desencadenar episodios inconcebibles de felicidad y euforia.

Media semana fue el tiempo de respuesta para acabar por diagnosticar a Lucrecia como una mujer excesivamente feliz.

A tres semanas del arribo de la carta al buzón de la casa del Álamo, en donde alguna vez vivió el señor Ernesto de la Fuente, arraigado por la policia, acusado de darle muerte a tres personas en la plaza de armas, con nada más que una moneda de cuarto que presentaba una irregularidad ortográfica en la cara donde se leía la leyenda Paz y Libertad en la fas terrenal. Lucrecia fue encontrada por la mucama que llegaba tarde ese miercoles de ceniza debido a la larga cola de fieles que desfilaban ante el párroco con la congoja de ser polvo y de estar condenados a convertirse en el. El orificio de salida de la bala calibre nueve milimetros, según las pesquisas periciales, mostraba claramente una trayectoria ascendente, que tenía su genesis en la parte baja de la barbilla, atravesando la blanda textura de la lengua y el paladar, solo para conservar la suficiente fuerza cinetica y lograr, después del obvio desgarro de materia craneal, ese boquete circular que trajo la libertad absoluta a la imaginación de Lucrecia.

Quién lo fuera a decir, Lucrecia, aunque nunca lo habría descartado del todo, pocas veces tuvo la intención de cometer un suicidio, ella tenía la firme convicción de que a los muertos se les debe de llevar entre la primera y quinta vertebra, para poder preguntarles, en caso de duda, el norte que se debe seguir, convicción que por cierto ya había sido varias veces víctima de las preguntas inquisitivas del padre Benito, en dos o tres ocasiones que Lucrecia asitió a las pláticas prematrimoniales, antes de decidir que nunca llevaría el apellido de la Fuente, más por la notable diferencia de edad, que por las habladurías sobre las preferencias sexuales de Don Ernesto.

Las lágrimas de Jovita, mojaron el delantal que tenía puesto Lucrecia, ese delantal que solo usaba los días de guardar para preparar sus famosas madalenas que según los niños del orfanato de la sagrada moneda, eran trocitos del cielo, el cual papá dios les tenía prometido a los niños buenos. Cuando el cartero encontró abierta la puerta corría ya un rio salado que bajaba por las escaleras del porche, incluso estaba ya hinchando la madera de la mecedora donde Lucrecia solia esperar que fuera la hora del té.

Acusado de negligencia por la muerte de su casi esposa, Don Ernesto tuvo que enfrentar un cargo más ante el juzgado cuarto, inmueble por el cual, por cierto, habían desfilado solo unas cuantas horas antes, un número par de mujeres dedicadas al divertimento masculino, las cuales podrían asegurar, sin temor a equivocarse, que el señor de la Fuente podría ser asesino, pero de maricón nada.

La investigación tomó justamente el triple del tiempo que se habían tardado en diagnosticar a Lucrecia, el motivo de la tardanza en la resolución de un obvio suicidio, se debió a una singular concatenación de eventos que desafortunada o afortunadamente, según el cristal con que se mire, acabaron con la vida de Lucrecia.

Lucrecia nunca habia tomado el arma de Ernesto, incluso en su mayor desesperación pidió a Ernesto que la cargara y apuntara justo a su entrecejo, actividad que Don Ernesto disfrutó en un grado morbido, recordando la maravillosa sensación que le provocaba apretar el gatillo y ver caer las manzanas rojas que colocaba en dos postes en el patio trasero que tenía la casa del pórtico verde y la mecedora que rechina siempre justo antes de las cinco.

La tarde en cuestión, mientras Lucrecia horneaba la última bandeja de madalenas recordó que no tenia la suficiente azucar glas que le haría falta para dar el toque final, ya que era tarde y Jovita no hacía acto de presencia, Lucrecia decidió buscar el cambio que había guardado hace algunos días en el cajón del estudio, al tratar de alcanzar las monedas, se atravesó entre sus dedos el frio metal de la nueve milimetros y con un brinco Lucrecio terminó por jalar el gatillo que irremediablemente terminaría con su vida, la bala salió expedida a 300 metros por segundo, atravesando la parte posterior de la mesa de trabajo, que para cuando ese día la alcanzó, ya tenía muchas historias por encima, el proyectil impacto contra el filo de una lámpara de mesa que llevaba más de tres semanas fundida, este choque provocó que el camino de la bala se desviara, hacía la parte superior de la habitación, donde se encontró con el candelabro de latón que pendía del techo por medio de una cadena de hierro que ya mostraba signos de oxidación, uno de los focos explotó con el contacto y liberó la suficiente energía para empujar el proyectil de vuelta al suelo, en donde se fué a encontrar con una moneda perdida de la colección numismática que Don Ernesto guardaba con gran recelo, sin embargo hacía ya algunas semanas que caragaba justamente esa moneda, argumentando que le era amuleto de suerte, la bala rebotó en ella alcanzando la barbilla de Lucrecia.

Usted lo que tiene son muchos muertos encima, sería bueno descargar uno o dos de vez en cuando, las espaldas tienden a agradecerlo y la imaginación vuela libre por encima de los libros de Borges, si no tiene más remedio déjeme caer, de un sopetón, porque si me baja quedo, por lo general, me vuelvo a trepar, sobre todo cuando soy suya, llena de usted.